Hace tiempo que quería haber escrito este relato, pero bueno, entre pitos y flautas, lo he dejado pasar. Pero mi viaje a Japón está en mi memoria prácticamente como si me hubiese bajado del avión ayer mismo. Ha sido el mejor viaje de mi vida, y no llevo precisamente pocos. Nunca me había ido tan lejos, Dubái era el récord previo.
Mi enamoramiento respecto a lo japonés viene de hace más de 10 años, cuando empecé a conocer un poco su cultura, el idioma (no es tan difícil), etc. Hace tiempo que quería ir. Este año se presentó la ocasión, además fui con varios amigos valencianos, a los que conozco desde… sí, 10 años también. Casualidad.
Dos de ellos, Pablo y Paula, se casaron el 2 de agosto. La luna de miel sería en Japón, y quisieron estar rodeados de amigos unos cuantos días. Ya habían ido unos años atrás, así que conocían más que lo básico, también algo del idioma. Los preparatorios duraron meses, se ocuparon de casi todo.
Una vez supe las fechas me compré el billete de avión. Dos semanas iban a ser suficientes, y elegí la opción más barata, Turkish Airlines. Me salió la ida y vuelta desde Valencia, vía Estambul, por unos 580 euros, la mitad que en Iberia British Airways. La opción Aeroflot vía Moscú no me hizo gracia, y Emirates vía Dubái era más cara.
Pese al empeño de Pablo y Paula, «pasé» de todo el tema logístico hasta prácticamente unos días antes. No tenía tiempo ni calma mental para hacerlo. Me fié de ellos a nivel hoteles, qué visitar y demás. Total, yo no sabía cómo investigar y moverme por allí, por no saber japonés y por no saber ni dónde empezar.
De los nueve componentes del grupo, llegamos al aeropuerto de Narita el 6 de agosto a las 10:30 de la mañana, hora local. La parte de Estambul (23 horas de escala) me la salto, también la de la boda y consecuente borrachera. Llegamos a la vez seis: Pablo, Paula, Ana (hermana de Paula), Rafa (hermano de Pablo) y Juan Ramón (Jota para abreviar).
El vuelo había sido estupendo. Como cuando hice el Roma-Dubái con Emirates, se viaja mejor en clase turista que en la clase negocios de vuelos europeos. El cacharro fue un Boeing 777-300ER. Asientos reclinables, sistema de entretenimiento personal con cientos de canales, juegos, Internet con WiFi… De hecho, Os mandé un saludo mientras iba para allá.
El jet lag nos iba a joder hiciésemos lo que hiciésemos, cuando me entró sueño me dormí, se hizo de noche durante un breve espacio de tiempo, íbamos contra la rotación de la Tierra. Una vez aterrizados, el coñazo de los pasaportes. Por si acaso, me preocupé de ocultar ciertos contenidos de mi ordenador que pudiesen representarme un problema legal. ZIP con encriptación y al cuerno.
Al cabo de una breve espera, ya tenía mi pasaporte sellado. He tenido tres pasaportes en mi vida. El primero lo usé para Hungría, Austria y República Checa en 2000. El segundo solo para Dubái en 2012. El tercero lleva dos sellos de momento, espero que sean más. Oficialmente acabábamos de entrar en Japón.
Primeras horas en el país del sol naciente
Cuando pudimos capturar las primeras WiFi empezamos a avisar a España que estábamos bien y eso, íbamos a usar más bien poco los teléfonos. Nos echábamos a temblar con los costes de itinerancia. De hecho, solo me entró una llamada de la Toyota a ver si estaba satisfecho con la última revisión. No me mirado cúanto me costó recibir ese minuto de conversación aún.
Cambiamos el dinero en el propio aeropuerto, fue donde nos dieron el tipo de cambio más favorable, unos 79 céntimos de euro cada 100 yenes. Los precios los pondré en yenes y ya hacéis las cuentas vosotros (reducir un 20%). Cambié 800 euros, ya me parecía un canteo, y no cambié todos los euros que llevaba encima.
Acto seguido nos hicimos con nuestros Japan Rail Pass. Es un bonotren para toda la RENFE japonesa, quitando los trenes de alta velocidad Shinkansen Nozomi. 349 eurazos al cambio, pero estamos bastante seguros de haber hecho mucho más gasto entre cercanías, media distancia y trenes bala (Shinkansen).
Nuestro primer tren fue el Narita Express, del aeropuerto a la estación central de Tokio en una hora sin paradas, creo que habría salido a 6.000 yenes por cabeza. No pude evitar quedarme dormido. Una vez allí, tomamos un cercanías circular hasta Ueno, y de ahí hasta el albergue teníamos media hora de caminata.
Al salir de la estación de Ueno finalmente vimos la calle, antes había sido todo bajo techo. Cargado con una mochila mediana y una más pequeña, supe que iban a ser días difíciles. El calor era horrible, humedad a saco (>90%) y más de 30 ºC. Empecé a sudar a chorros, y así fue durante dos semanas casi sin tregua.
Estando ya medio aclimatado al infierno de Sevilla, y tras soportar los climas «extremos» de Valencia y Granada en verano, no conocía nada más fuerte. El camino hasta el Khaosan se hizo bien largo. Empecé a tirar las primeras fotos a coches, pero todo lo automovilístico ya lo he contado en Motorpasión (parte 1, parte 2 y parte 3) y me lo saltaré aquí. Por no ser redundante.
Finalmente llegamos al Khaosan Tokyo Annex, uno de los sitios más baratos para pernoctar. En este país el alojamiento es MUY caro, y como iban a ser muchos días, pretendíamos ahorrar todo lo posible. La primera impresión no fue muy buena, todos los zapatos se colocaban en la entrada, y como os podréis imaginar, no olía precisamente a rosas.
Tras dejar todo el lastre, nos acercamos al supermercado más cercano (un Lawson 24 horas), tomamos algo para matar el hambre y acabamos echándonos una siesta destructiva de más de tres horas. Estábamos reventados. Jota se acercó de vuelta a Narita a recoger a otra chica, Laura, que venía vía París en otro vuelo.
Recuperados un poco por la siesta, fuimos a un sitio de comida rápida propio del lugar, donde por 300-400 yenes te podías hinchar, y dimos una vueltecita por el parque de Asakusa, pegado al río, antes de irnos a dormir. Así fue mi primer día, muy flojito, los siguientes fueron bastante más completos y agotadores.
Japón, un país de contrastes
Antes de detallaros los lugares que fuimos visitando, os sigo contando pormenores. La vida en Japón ya ha empezado a las 06:00, ya ha amanecido, los baremos españoles de pronto o tarde aquí no sirven. A eso de las 23:00 la vida se ha paralizado prácticamente, y empieza a cortarse el transporte público.
Salir de España casi siempre nos sirve para comprobar los ruidosos que somos los españoles, pero en Japón se nota más. La gente habla bajito y en general hay poco ruido. Los coches también hacen muy poco ruido. Procuran no molestarse unos a otros, son cordiales a lo bestia, es una de las cosas que más chocan.
Apenas hay papeleras. Y de contenedores no digo nada, es que apenas hay. La gente guarda la basura en su casa, de forma selectiva, y la saca a primera hora para su recogida. En los supermercados y máquinas de bebidas se puede reciclar con facilidad tanto latas como botellas de plástico. Y ni un puñetero papel en el suelo…
Si generas basura en la calle, te la llevas encima y ya la tirarás donde puedas. Servidor está concienciado con el tema del reciclaje e hice como la gente local. Muchos plásticos entraban en la categoría de «basura inflamable» y aunque me dolió, los tuve que echar ahí. Era su sitio.
El transporte público funciona muy bien, no esperamos más de 20 minutos por ningún tipo de tren, el metro pasa cada pocos minutos y en cualquier calle de Japón se puede ver un taxi. Hay menos uso del coche del que pensábamos, y las razones son diversas. Apenas hay dónde aparcar, impuestos a machete y un transporte público muy eficiente.
Si miramos el mapa del metro o del tren de Tokio, nos puede dar un mareo de lo grande que es. Pero moverse es más fácil de lo que pensáis, todas las estaciones tienen su nombre con caracteres latinos (Romanji) y la locución de trenes y metros se da también en inglés. Solo hay que saber orientarse a secas.
Estuve desoxidando mi pobre japonés ya en el avión, con un libro de conversación de bolsillo. Ya conocía varias fórmulas de cortesía y uso cotidiano por haber estado viendo Anime y películas japonesas en VO subtitulada durante años, pero nunca lo había practicado. Si no pretendes escribirlo, el japonés es un idioma simple. La putada está en el vocabulario.
Procuré hablar japonés todo lo que pude, tengo facilidad para los idiomas, y si no fuese un puto vago, tendría mejor nivel en este y en otros. Cuando mi japonés entraba en vía muerta, usaba el inglés. Así nos desenvolvimos con éxito en más del 90% de las ocasiones. Incluso el recepcionista de un albergue nos atendió en español.
También nos topamos con algunos compatriotas en lugares turísticos, eran fáciles de identificar, especialmente por el volumen de conversación. Somos así. Intentamos, en la medida de lo posible, pasar desapercibidos, pero con chicas de pelo rubio, mis pintas de moro y Jota (mide casi dos metros) estaba difícil.
Al segundo día se nos unieron los dos que faltaban, Noel y Vero. Ya éramos nueve. Estuvimos juntos hasta el día 19, cuando nos empezamos a ir por oleadas, y Pablo y Paula se quedaron finalmente solos el día 21. Volvieron a España el 31 de agosto, también fue el viaje de su vida.
Japón es un país que me enamoró aún más al verlo, y de no ser por restricciones presupuestarias, volvería esta misma navidad. Es un choque cultural, como estar en otro planeta, quizá un poco más en el futuro, por eso de que nos sacan años de ventaja. Nos olvidamos de eso que llamamos crisis, allí eso no existe.
Las dos semanas no fueron suficientes, me habría tirado un mes entero, pero no daba el bolsillo para tanto. Si consideramos todos los gastos, fueron 2.000 euros, incluyendo un regalo que me hice a mí mismo por la treintena, un Casio G-Shock de 21.000 yenes. Pero ¿sabéis una cosa? Mereció la pena, y de qué forma.
Otro día os cuento más…
Me encantan los detalles de la cultura japonesa. Gracias a tus relatos de los coches alli y ahora en general estoy interesandome en las costumbres japonesas.
Genial!, esperando las demás.
sl2!