Era un día un poco gris, como por la mañana. Vi acercarse a donde yo estaba, una gasolinera pequeña, un deportivo azul muy llamativo. Cáspita, era un Ford GT, de esos coches que ves si acaso un par de veces al año. Me llamó la atención que era descapotable y que en su interior estaba un pez gordo de la industria. Se parecía mucho a Karl-Thomas Neumann -ex CEO de Opel- pero no, era Alan Mulally -ex CEO de Ford-.
El viejo tunante vendría de pasárselo de fruta madre con el «coche de empresa» y tendría sed (sobre todo el coche). Entablé una breve conversación con él en inglés, y acabé ofreciéndome a echarle yo la gasolina, supongo que por alargar la cháchara. No había que poner poca cantidad, porque con menos de 20 euros con ese coche no se puede circular más que un ratito, y le di al gatillo sin piedad. Le pregunté que si lo quería lleno, y me respondió que no. Me había despistado un marcador digital en la manguera, no sabía si eran litros, euros, galones o dólares. «Litres», respondió.
Tarde, ya le habían entrado 89,17 litros, pues sí que tiene capacidad el depósito de este cacharro. Hizo el ademán de sacar un billete en euros, creí reconocer uno de 100, pero había algún problema, creo que no había reparado en que era un surtidor automático con los que suele pagar con tarjeta. «Bueno», me dije, «un ejecutivo que gana millones de dólares al año tendrá una colección de tarjetas bancarias.» Pues no las llevaba encima, menudo marrón.
Superado un poco por la situación, le dije que no se preocupase, que me pasaba dentro a pagar yo con mi tarjeta, y ya me lo pagaría, total, las oficinas de Ford estaban al lado. No estoy seguro de dónde estaba, lo más coherente sería que fuese Colonia (Alemania), pero cuando fui a pagar me topé con un error con mis tarjetas o algo así. Entré a preguntar a un bar y me atendieron en perfecto español. Es más, el bar era español, con lo que eso de estar en Alemania ya no era tan fácil.
En el peor de los casos, aunque no pudiese pagar dentro, como no llegaba a ser una cantidad de 400 euros, no sería un delito de estafa. Pregunté si tenía un límite de tiempo para pagar, y me respondió el camarero que normalmente se da una hora de cortesía. Decidí jugármela y me planté en la recepción de las oficinas de Ford, esperando que bajase el señor Mulally con la pasta. No tengo claro si no me fiaba de él o si había algún problema con mis tarjetas. Esperando me quedé.
Esto que acabas de leer es un fragmento que recuerdo de un sueño, muy reciente. Si no llego a escribirlo a los pocos minutos de levantarme, se habría desvanecido en mi cabeza. No fui consciente de estar soñando porque todo me pareció muy real, puede que hasta oliese la gasolina, aunque algunos detalles debían haberme puesto en guardia, como que no hay Ford GT descapotable, o que no es de recibo que un súper-CEO vaya por ahí sin tarjetas. Además, al frente de Ford ahora está Jim Farley, no, James Hackett.
Aprovecho para hacer una recomendación sobre un libro interesantísimo sobre el mundo de los sueños, se llama «Sueños lúcidos» (D. Tuccillo, J. Zeizel y T. Peisel) y explica cómo dormir mejor, cómo tener sueños más chulos, cómo darse cuenta de que uno está soñando -sin despertarse- y pasar a poder hacer lo que a uno le plazca. Vamos, que le podía haber cogido al señor Mulally las llaves del Ford GT, darme un paseo al estilo Grand Theft Auto y no tener miedo por las multas, accidentes, consecuencias legales ni nada así. Vivir un sueño, sabiendo que lo es, es un sueño lúcido. Pude experimentar uno antes de comprarme el libro, y es algo que le recomiendo a todo el mundo: hacer lo que a uno le salga de las narices sin que haya ninguna consecuencia, como vivir en «modo dios».
Cuando uno experimenta un sueño lúcido entonces comprende mucho mejor la película «Origen»
Considerando que este verano estoy tan mal de pasta que no me puedo ir a ningún sitio de vacaciones, y que es mi cuarto año consecutivo que no puedo tenerlas, soñar es una forma bastante económica de evadirse: es gratis. Desde que empecé a leer el libro si acaso habré tenido un par de sueños chungos, el resto han sido más agradables y me he levantado con mejor cuerpo. Todos soñamos al dormir, solo que si no nos acordamos de nada es que o no descansamos bien, o que nuestro subconsciente no «aprecia» que nos gusta soñar.
Una simple costumbre como es apuntar en una libreta los detalles más relevantes que se recuerdan de los sueños, nada más levantarnos, es una forma de estimular la parte más desconocida de nuestra mente. Y cuando se estimula, vienen las recompensas. Si todas las noches de nuestra vida tenemos la oportunidad de soñar, razón de más para poder personalizar la experiencia un poco: ver gente que ha desaparecido o no está en tu vida, viajar a lugares imposibles, gastar como si no hubiese mañana, volar (lo he probado), o echar un polvo con cualquier persona que haya existido.
Dormir está, junto hacer el amor y practicar deporte, en el eje primordial de mi «yo» inherente, aquel encargado de regular mis dos engranajes exógenos fundamentales: afectivo y laboral.
Eje y engranajes en sincronizada armonía, asientan las bases para conciliar sueños húmedos, digo lúcidos, incluso en estado de vigilia. Sí, habéis comprendido bien: despiertos también se puede disfrutar de un clímax a la carta, siempre y cuando seamos capaces de abstraernos de la realidad mediante una actividad pasiva (relajación-motivación) o activa (concentración-imaginación).
Alcanzar el estadio máximo (nirvana onírico), es únicamente posible durmiendo, pero con la capacidad de moldear los sueños al nivel de la consciencia, así que, antes de planchar la oreja, nada de cuestionarse cositas negativas con nuestra amante y cómplice almohada, tan solo configurad vuestra historieta, estimuladla y dejad que las neuronas predilectas hagan el resto.
Adjunto, si a bien es de recibir, extracto chiflante de «La Vida es Sueño», Vicente Calderón de la Barça.
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.