Hace seis años me sinceré con vosotros respecto a mis deseos reprimidos de montarme en una moto. Por entonces no había subido delante ni en una Vespino, lo tuve terminantemente prohibido durante toda mi minoría de edad. Solo fui de paquete una vez en una moto deportiva siendo pequeño (lo que me quitó las ganas de subirme de paquete en una moto así por los restos) y una vez con 16 años en el ciclomotor de un compañero de instituto.
Empecé a tener contacto profesional con las motos en otoño de 2016, y me advirtieron que iba a engancharme. No iban desencaminados. Hubo un momento en que todas me parecían iguales: tienen horquilla, manillar, dos ruedas, depósito de gasolina y asiento. Luego empecé a percibir las diferencias: geometrías, cómo se coloca el motor, la postura, el estilo, los componentes… Pensar en ese momento me da ahora hasta vergüenza.
Algo en mí luchaba por salir, era mi motero interior. Hasta entonces, siempre había visto a los moteros con un halo especial, tratando de facilitarles el paso, nunca pegarme a uno, estar pendiente de ellos… y admirar el valor que hay que tener para subir en una moto que puede plantarse en 100 km/h en menos de 4 segundos. Muy pocos coches hacen eso, pero motos… a miles, y por muchísimo menos dinero. Estaba predestinado a ser motero. Cualquier intento por mi parte de luchar contra eso acabaría siendo en vano.
Mi abuelo fue motero, desde antes de cumplir su mayoría de edad, hasta cuando se apeó por última vez a los 84 de su Honda MSX 125, la cual vendió con muchísimo dolor. De ello habló en su último artículo: «El placer de conducir una moto». En una de las visitas que le hice en sus últimos meses, las motos llegaron a monopolizar la conversación. Ahí tuvimos una gran conexión, y el día que monté por primera vez en una 125 de marchas se lo conté embargado de emoción.
Mi padre también fue motero, y también precoz. Fue una de sus pasiones desde antes de cumplir los 20 años hasta que nací yo, cuanto ya tenía 26. No tengo recuerdos de mi padre montado en una moto, pero conservo algunas fotos de él subido en una Honda 750 Four o la CBX 1000 de seis cilindros -la primera que sacó 100 CV-, que fue siempre la moto de sus amores. Tanto él como mi madre se apearon de las dos ruedas poco antes de que naciera, y ahí se quedó la cosa. Cuando pregunté a mi padre si podía tener un ciclomotor para recorrer los 10 kilómetros que me separaban del pueblo siguiente, siempre recibí una negativa. Creo que lo vio venir.

Ahora yo también soy motero. Ya he llevado scooters eléctricos en Madrid y Valencia, y he tenido mis primeros contactos con motos de prensa. La primera prueba que publiqué, en espíritu RACER moto, fue de una sencilla moto de fabricación china y estilo Scrambler de 125 cc. Para los que no tengan ni idea, Scrambler es rollo mixto carretera/todoterreno, chasis alto, escape alto, a veces con ruedas de tacos, un cacharro muy divertido si se vive en una zona como la mía, donde hay zonas asfaltadas y caminos de tierra para perderse. Estad atentos a la zona de pruebas de espíritu RACER moto, que van a caer más.
La verdad, no tiene mucho que ver montar en coche o en moto. Sobre las dos ruedas no hay margen alguno a la distracción, el teléfono lo llevo siempre en silencio y guardado, nunca suelto el manillar, tengo que tener los cinco sentidos en lo que estoy haciendo, y tampoco hay mucho margen para equivocarse. Dicen que hay dos tipos de moteros, los que se han caído, y los que se caerán. Toco madera, solo he tenido tres sustos a muy baja velocidad, casi a paso humano, y con eso he tenido suficiente.
En mi juventud me he caído de triciclos y bicicletas, afortunadamente sin que me hayan quedado cicatrices, y sin haberme roto nada (y eso que iba sin casco)
En moto me tomo la seguridad mucho más en serio que conduciendo coches -y no es que ahí precisamente baje mucho la guardia-, porque caerme implica dos cosas: 1) hacerme daño y 2) dar incómodas explicaciones al dueño de la moto. Cuando hacía mis pinitos con el cambio manual y el embrague me vinieron a la mente esos recuerdos de cuando era un novato de cuatro ruedas y mi torpeza se convertía en caladas y frustración. Me quité muchos años de encima con ese recuerdo. Perdí la virginidad llevando una moto con cambio de marchas un día de lluvia, con eso lo digo todo. Pocas veces en mi vida he ido con tantísimo cuidado.
Adoro la sensación del aire fluyendo alrededor de mi cuerpo, de ir cambiando las marchas y reduciendo con golpes de gas, de trazar las curvas con precisión, la sensación de libertad… La parte menos romántica viene cuando llegas muerto de frío a un sitio, o sudando como un cerdo y despeinado por el casco, o con las manos afectadas por el intenso hormigueo de la vibración de un motor de un solo cilindro. Por cierto, poco me oiréis quejarme de downsizing hablando de motos.
Todavía mis modestos ingresos no me permiten comprarme una, pero si cae, será una 125 o 250 que me pueda apañar por menos de 3.000 euros, seguramente una café racer o una naked. Me encanta el diseño clásico, sin carenados, aunque sea más incómodo. Las deportivas, en realidad, me atraen poco, me imponen demasiado respeto por sus prestaciones. La aceleración de una 650 de 75 CV es suficiente para ponerme los huevos de corbata, y mi cerebro no asocia la seguridad a ir «suelto» (en un coche siempre con cinturón). Tengo que madurar. Cuando haya más pasta ya caerá una custom o cruiser, y de más de medio litro y con ruidoso motor V2.
Se dan tres circunstancias curiosas. La primera es que empecé a trabajar con coches con la normativa Euro 4 de emisiones, y he empezado a trabajar con motos cuando les ha llegado su normativa Euro 4. La segunda, en 2004 ya apenas quedaban coches sin ABS (de prensa tuve uno o dos sin él), y en 2018 todas las motos se venden o con ABS o con la frenada combinada (CBS), que al accionar el freno trasero también funciona el freno delantero. Sí, en la moto hay que pensar en dos frenos, los coches nos han malacostumbrado en demasía. La tercera conexión con mi juventud como probador de cuatro ruedas es la mítica chaqueta de cuero.

Subirme a las motos ha sido parte de mi reinvención como profesional desde el desastre de otoño de 2014, pero también ha sido un deseo que reprimí durante años: «las motos no son para mí, las motos no son para mí…» Salí del armario. Ahora voy pendiente de dar las V’s a los moteros con los que me cruzo, cuando paro en un semáforo nos sonreímos, y me veo a veces vlogs como los de Majes en moto. Y es que los moteros son una especie aparte, cuando seáis uno más, lo entenderéis. Mientras tanto, dará igual lo que os cuente.
No estoy cumpliendo únicamente mi sueño. Mi cuñado Marcos, que falleció este año con 26 años, fue un enamorado de las dos ruedas y no pudo disfrutarlas todo lo que quiso por una enfermedad cruel. Era una de las mejores personas que conocí en toda mi vida, y cada vez que me suba en una moto, lo haré por él también. Sé que irá conmigo, subido de paquete, cuidando de mí y vigilando mi equilibrio. Aprenderé al máximo y mi objetivo será convertirme en un experto, aunque nunca lo consiga, esa será la intención.
Soy perfectamente consciente de que montar en moto es peligroso, y que puede que acabe mis días de conductor subido en una moto. Parafrasearé a Paul Walker (dijo algo similar), si mi fin es conduciendo, no lloréis por mí, porque habré estado haciendo algo que me gustaba hasta el final. Además, las motos me permiten una conexión emocional con otra persona que entró en mi vida y luego se fue, pero persiste su recuerdo con mucha intensidad.

En resumen, las motos tienen un romanticismo y un sentimiento asociado que es difícil de experimentar con coches, desde luego cada vez menos, aunque unos poquitos modelos se salvan.
Por lo tanto, dentro de mis rutinas periodísticas estará la de convertir más gente para pasarse a las dos ruedas. No es algo contradictorio con una visión más ecológica de la conducción, una 125 gasta la mitad o la tercera parte de combustible que mi Prius, y cuando una moto gasta la misma gasolina que un coche, es que ya hablamos de una moto muy seria. Si os fijáis, es mucha más tontería usar 1.000 a 2.000 kg de vehículo para llevar 75 kg, que usar 100-250 kg para llevar 75 kg, especialmente cuando solo son 75 kg. En mi caso, ni eso…
Cuánta razón tenía mi abuelo cuando hablaba de las motos. Ahora lo entiendo todo.
Nos vemos en la carretera, V’s.
» Soy perfectamente consciente de que montar en moto es peligroso, y que puede que acabe mis días de conductor subido en una moto. Parafrasearé a Paul Walker (dijo algo similar), si mi fin es conduciendo, no lloréis por mí, porque habré estado haciendo algo que me gustaba hasta el final. Además, las motos me permiten una conexión emocional con otra persona que entró en mi vida y luego se fue, pero persiste su recuerdo con mucha intensidad.»
Sic-queándote esa parte, no ofreces fianza suficiente como para manejar una moto, porque está demasiado ligada a un lángido añoro sentimental.
Y eso es un arma de doble filo, para ti y para los demás. Te lo digo sin acritud, sin intención de hacerte sentir ofendido.
Javieeer, tal vez no sería mala idea replantearse invertir el dinero que te cuesta la motito….en un aliciente chulo para tu próximo y flamante Tesla!
Por eso no te preocupes, voy concentradísimo en lo que hago, una cosa son las motivaciones para montar, y otra montar en sí. No me ofende, tranquilo.
Me ha encantado tu historia Javier, sin duda esto del motociclismo y el amor por las motos es muy bonito que vaya de padres a hijos. Enhorabuena y te animo a que sigan gustándote las motos.
Saludos,
Ismael
increible historia Javier, a mi me pasa algo por el estilo ya que desde muy pequeño me han gustado las motos y todo lo que rodea a este mundo, la parte mala es que no le gusta a mis padres la idea de que me monte en una por como tu dices lo peligrosas que son en cambio si me dejan montar en bici que viene siendo en mi posicion peor, ya que no hace ruido (no te oyen) y muy poca iluminacion y visibilidad, aun así tengo claro que cuando crezca me compraré una moto y conseguire estar en el mundo que siempre me ha llamado la atención 🙂
Bienvenido al mundo motero Javier.
Somos muchos los que hemos sucumbido al atractivo de las dos ruedas, ya sea por amigos o por Youtubers como Majes.
V’s!