Era un día un poco gris, como por la mañana. Vi acercarse a donde yo estaba, una gasolinera pequeña, un deportivo azul muy llamativo. Cáspita, era un Ford GT, de esos coches que ves si acaso un par de veces al año. Me llamó la atención que era descapotable y que en su interior estaba un pez gordo de la industria. Se parecía mucho a Karl-Thomas Neumann -ex CEO de Opel- pero no, era Alan Mulally -ex CEO de Ford-.
El viejo tunante vendría de pasárselo de fruta madre con el «coche de empresa» y tendría sed (sobre todo el coche). Entablé una breve conversación con él en inglés, y acabé ofreciéndome a echarle yo la gasolina, supongo que por alargar la cháchara. No había que poner poca cantidad, porque con menos de 20 euros con ese coche no se puede circular más que un ratito, y le di al gatillo sin piedad. Le pregunté que si lo quería lleno, y me respondió que no. Me había despistado un marcador digital en la manguera, no sabía si eran litros, euros, galones o dólares. «Litres», respondió.
Tarde, ya le habían entrado 89,17 litros, pues sí que tiene capacidad el depósito de este cacharro. Hizo el ademán de sacar un billete en euros, creí reconocer uno de 100, pero había algún problema, creo que no había reparado en que era un surtidor automático con los que suele pagar con tarjeta. «Bueno», me dije, «un ejecutivo que gana millones de dólares al año tendrá una colección de tarjetas bancarias.» Pues no las llevaba encima, menudo marrón.