Ayer terminé de leer un libro de viajes escrito por Miquel Silvestre, que para quien no lo conozca, ha ido en moto por prácticamente cualquier país del mundo «con lo puesto». Hace tiempo, Miquel me mandó un ejemplar dedicado de su libro de viajes por África, «Un millón de piedras», y me lo he tomado con calma. Mis hábitos de lectura son, para mi vergüenza, extremadamente inestables desde que dejé los cómics (también se leen, no me seas talibán).
Lo leí de forma intermitente, sobre todo en varios veranos, como una forma muy económica -por mi parte- de irme de viaje a lugares en los que no tengo intención alguna de estar jamás -y porque mi presupuesto para vacaciones era cero-. Miquel se convertía en mis ojos y mis oídos, pero él sufrió todos los inconvenientes. Olvidaos de un relato sobre los sitios más bonitos del continente negro, más bien es todo lo contrario, un relato bastante realista y crudo de cómo es el África profunda, al menos fuera de los típicos círculos turísticos donde las cosas se cuidan un poco al menos.
A través de sus páginas Miquel nos habla de los paisajes, de gente buena que le ayudó y de mucho cansino que le veía como un cajero automático, de hoteles de mierda a precio de 5 estrellas en oferta, de carreteras infernales y, en general, todos los peligros a los que se expone un europeo blanco hetero allí donde la civilización llegó de forma parcial -y todo sea dicho, por la fuerza de las armas-.