De vez en cuando saco una revista de la estantería y me pongo a leerla, aunque ya no tenga información de rabiosa actualidad, por tocar papel y descansar de tanta «pantallita».
Me encontré, casi sin querer, con un breve cuento que quiero compartir con vosotros. Se titula «La separación», y puede ser tan real como la vida misma:
No era cuestión de trivializar todo el inmenso dolor que había supuesto para los dos el proceso de separación, tras once años de compartir lo material, lo íntimo y partes del cielo y partes del infierno, que residen en todas las almas.
Pero, la situación era patética en esa sala de abogados: las casas, los muebles, la custodia de los niños, el perro, las cuentas bancarias…, todo se había repartido sin apenas problemas, de forma justa y equitativa, y ya llevaban dos horas ¡discutiendo por el coche!
– El coche lo elegí yo – alegó ella, conteniéndose.
– Pero, lo compramos juntos. Yo he cedido en otras cosas esperando que tú cedieras en lo del coche.
– Tú casi no lo has usado y no podrás seguir pagándolo… – dijo ella.
– Es cierto. Pero, hemos hecho muchos viajes juntos. Lo compramos caro y bueno, porque dijimos que así siempre querríamos salir y evitar el sopor de envejecer tristes en un salón de una hipotecada casa – recordó él.
– Los dos hemos disfrutado muchísimo en ese coche. Nos ha dado la vida – musitó ella con melancolía y cierta picardía.Los abogados se miraron con cierta complicidad y uno se atrevió a proponer sin que realmente le escucharan: «¿Y si lo venden y se reparten el dinero?»
– No vayas a creer que lo quiero por su valor -terció ella- Es que para mi ese coche está lleno de significados y de buenos recuerdos.
– Conmigo.
– Contigo.
– Yo no podría aguantar que otro fuera contigo en ese coche.
– Ni yo que otra se metiera en él.Durante varios minutos los recuerdos fluyeron. Se miraron. Luego las lágrimas.
– ¿Pueden dejarnos solos un momento? – pidió uno de los dos.
Los abogados salieron de la sala, tan parecida a uno de esos salones en los que se envejece mientras la vida sigue fuera.
– Quizás podríamos hacer un viaje y hablar tranquilamente sobre si debemos separarnos o seguir juntos… – propuso uno de los dos.
– Pero, en el coche – inquirió uno de los dos.
– Por supuesto – contestó uno de los dos, apretándose las manos con pasión, sin sentir que las llaves se les clavaban en los dedos.
Reproducido con permiso de su autor, Gerardo Mediavilla. Este texto fue publicado originalmente en la revista GreenCar número 22 (ISSN 1888-4806), segundo trimestre de 2014, en la página 50. La reproducción total o parcial no está permitida sin la autorización expresa de su autor, aunque no hay problema alguno en enlazar esta entrada o compartirla en redes sociales.
Me emocioné al leerlo, y al transcribirlo, me ha vuelto a suceder. Espero que os haya gustado.
Muchas gracias Javier.
Aparte: Ya no sigues en Pistonudos?
No te preocupes Diego, sigo siendo un «pistonudo», pero le dedico un poco menos de tiempo. Esta entrada no supone ninguna indirecta.
Los autos generan este tipo de emociones y exagerando este argumento podría decirse que para algunas personas son «un miembro más de la familia» y, en tal sentido, desprenderse de un auto para muchos supone un desgarramiento interior sobre todo cuando han participado en episodios significativos en tu vida:
con este auto pasé las mejores vacaciones de mi vida o fue el último que condujo mi padre o con él aprendí a conducir o en él di mi primer beso a la chica de mis sueños y varios etcetera por el estilo.
En definitiva, como corolario de este bello relato, quizás un auto (o la pasión o recuerdos que genera) bien pudo salvar un matrimonio .
Yo también me emocioné :’)
Me he encontrado de casualidad con un comentario de Motorpasión que también transmite mucho, aunque no habla de una separación de una pareja, sino de la separación de una pareja de su coche: http://www.motorpasion.com/otros/el-amor-por-el-coche-de-la-generacion-y-ya-no-es-lo-que-era#c754808
También es para echar una lagrimita…