Hoy he tenido un auténtico flechazo. Como cuando me enamoré por última vez. Me atravesó cual trueno a un instalador de pararrayos trabajando en plena tormenta eléctrica o como un disparo de un rifle Arctic Warfare Magnum a quemarropa. Ya me había fijado en muchos Toyota GT 86 y hace años que quiero comprarme uno, pero no me lo puedo permitir. Pero vi «la unidad». Rojo, brillante, matrícula JCF (mis iniciales), y en un sitio donde se venden coches. Pregunté por él, me dijeron que era manual.
Durante unos instantes me imaginé todos los sacrificios que tendría que hacer para pagar otro coche a plazos, porque a tocateja ahora no me puedo permitir ni un cacharro. Me vi haciendo dieta, quitándome de ocio, viajes al extranjero, sin ir a conciertos ni festivales, sin hacer gasto en ropa «porque sí» o algún complemento chulo… Me duró segundos, todo eso ya lo hago. Me asomé al interior, la palanca era del automático. Se me cayó el mundo encima. A ver, no va mal, lo he llevado en circuito, pero no es el tipo de coche que me importaría tener automático.
La locura me duró poco, lo mismo que me dura el dejarme el pelo largo u otras cosas que no son correctas de decir en público. Sin embargo, el poso ya se ha quedado en mi inconsciente. He estado mirando anuncios de GT 86 a la venta en Madrid, en España… y a nivel europeo. Ya tengo fichados los buenos y malos precios, qué unidades son más o menos deseables, hasta qué modificaciones merecerían la pena y cuáles no. Hasta he pedido presupuestos a mi aseguradora (que no da precio, será que «pasan») y en un comparador de seguros.