Un día vino a verme mi «buen amigo» que trabaja en Renault, decía que quería enseñarme algo. Al salir a su encuentro, estaba aparcado un Clio de tercera generación como el de la foto, en el mismo color. Me invitó a conducir, aunque le dije que me daba igual ir de pasajero, insistió.
Y es que mi amigo quería enseñarme algo. Introduje la llave en la cerradura de la parte superior del salpicadero y arranqué el coche. Con el tacómetro tarado a 7.000 RPM, estaba claro que era un gasolina. Le dije que por el ronroneo del motor parecía ser un 1.2 o un 1.4, y mi amigo asintió. No me había fijado en el anagrama de motorización de la puerta.
Hubo una cosa que me dejó completamente patidifuso, el cuentakilómetros indicaba una cifra por encima de 687.000 kilómetros. «¿Y esto» – le pregunté, me parecía un número totalmente inverosímil para un coche de 10 años o menos. Mi amigo respondió que era una especie de coche de pruebas de largo recorrido, para comprobar lo de la «Calidad Renault». Y me puse a conducirlo.