Uno de los temas de la semana pasada sin duda fue el terremoto que ha provocado la estrategia de España para reducir las emisiones de CO2 en el transporte: en 2040 no se podrán matricular más vehículos con emisiones directas (gasolina, diésel, GLP, GNC e híbridos, salvo los históricos), y en 2050 se supone que se impedirá su circulación. El futuro será eléctrico, o a baterías, o a pila de combustible de hidrógeno.
He escrito varios artículos al respecto. Para empezar, como aficionado al automóvil y profesional, me duele que tenga que ser así, pero es la medida más eficaz para reducir las emisiones de carbono, que están acelerando el cambio climático y harán que la segunda mitad del siglo sea jodidamente jodida, y lo sucesivo. Como pienso tener hijos -y nietos- tengo que pensar mínimamente en el mundo que les quiero dejar, aunque haya más de 7.000 millones de personas más.
Para empezar, la futura Ley de Cambio Climático y Transición Energética, que está en fase de borrador, no es una ocurrencia del actual Gobierno, y España está siguiendo la misma estela que han marcado países europeos más importantes que el nuestro. ¿Habrá futuro para los coches convencionales en 2050? Sí, pero con pegas: o se convertirán a eléctricos, o usarán hidrógeno, o combustibles sintéticos (PTL); los que no, se irán al desguace.