Aunque estemos informados puntualmente (o creamos que lo estamos) siempre hay cosas que se nos escapan en tiempos de infodemia. No me considero una excepción. Durante meses creí, como millones de españoles, que el coronavirus de la COVID-19 se transmitía por gotículas al respirar, hablar, toser… y que es precisa una distancia de seguridad. El tema de los aerosoles me era un poco ajeno.
Por hacer una explicación sencilla (y con el justo rigor científico) hay que pensar en los aerosoles como en el humo del tabaco. Supongamos que estamos en un espacio abierto con un fumador. A cierta distancia su humo no nos molesta, pero en un espacio abierto. En un espacio cerrado sin suficiente ventilación sí nos molesta su humo porque lo respiramos, aunque esté un poco más lejos. Hagamos lo que hagamos, respiraremos humo en algún momento.
Si en vez de humo hablamos de aerosoles, llegamos a esta conclusión: en cualquier espacio cerrado sin suficiente ventilación (sin renovación de aire con filtros HEPA) podemos tragarnos el puto bicho si una persona infectada (tenga síntomas o no) ha estado unas horas antes en el mismo lugar por eso, los aerosoles, que son partículas que permanecen en el aire. No es el caso de un avión de pasajeros, donde se renueva el aire cada 6-7 segundos y tienen filtros HEPA, y para coger una carga viral suficiente habría que estar al lado de un infectado en un vuelo de ¡54 horas!